Esta mañana las flores más atrevidas ya se habían encaramado a los árboles. La primavera pedía pista. Entre recuerdos y sombras los colores me han traído a la memoria los sentimientos asociados a las estaciones; esas sensaciones viejas, quizá a veces prestadas por algún poeta, que hacen latir el corazón, cada una de ellas a un ritmo diferente. Primavera, la más popular; verano, las vacaciones, la mar; otoño, la melancolía, el bosque y las setas; e invierno, el tiempo de vivir hacia dentro, amigos y cine. Me gustaba dejarme acariciar por la dulce baba de cada una de ellas. Incluso me empeñaba en potenciar la emoción e intentaba prolongarla, para que no se escapara ni una sola gota. Luego la vida tiende a estrecharse y aquellas viejas caricias se cuelan ya solo por las rendijas que la rutina deja entre tabla y tabla de la empalizada, seguro que están ahí adrede, pero simulando un despiste. Por eso hay que estar atento, poner coraje y marcar bien el territorio de esa esencia mágica que nos rozó, para que no se la coma la roña; y para llamar la atención a la vida cuando está desatenta y quiere pasar de largo. Sobre todo hay que evitar a toda costa vivir sin darnos cuenta.