Entrevista al escritor donostiarra en El Cultural con motivo de la publicación de su último libro, Años lentos, premio Tusquets de novela.
Gasta Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) un humor muy vasco, desaforado y tierno a la vez. No luce la melena de los 60, cuando fundó el movimiento vanguardista CLOC y amenazaba con “llover” versos, pero sigue encerrado en la literatura. La bebe, la come, la respira... Y escribe, como ahora, para saldar cuentas con el miedo y la crueldad que acompañaron el nacimiento de ETA, tema central de 'Años lentos', último premio Tusquets, que hoy ve la luz, y del que también se ocupa en estas páginas Ricardo Senabre.
“Ulises de quita y pon”, según él mismo, en realidad da igual que ahora Aramburu se cobije en Hannover: escribiría y viviría igual, con la misma rutina y la misma pasión desesperada por la escritura en su San Sebastián natal, en Madrid o Nueva York. La literatura le envenenó hace demasiado tiempo, y la amistad, claro, esa que le hace engancharse a las redes cada día para seguir a amigos y jóvenes autores a los que aconseja y cuyas dudas soluciona a golpe de ratón.
Hoy en cambio, resuelve las nuestras sobre su última novela, estos Años lentos en los que ha dejado tantos jirones de sí. Jovial y distante, Aramburu confirma que son muchos los recuerdos que le ha prestado a Txiki, el protagonista del libro, porque le tentaba escribir sobre su infancia, aunque le “daba repelús contar que si mi padre esto y mi madre lo otro, que si los vecinos tal y los maestros cual”. Llegó, dice, a confeccionar una lista de posibles episodios, pero se apresuró “a suprimir algunos por demasiado confidenciales. Al mismo tiempo entendí que el esfuerzo no merecería la pena si me implicaba en él a medias. Al final, como de costumbre, recurrí a la ficción, que suele dejarme las manos y la imaginación libres”.
"Entré a saco en mi meoria personal"
-¿Pero tiene mucho de biográfico, no en la anécdota concreta de la familia de Txiki, sino en el ambiente, el miedo y el dolor de lo vasco de aquellos años que vieron nacer a ETA?
-Para empezar, todo lo que en la novela figura como anotaciones mías está directamente sacado de mis impresiones y vivencias. La historia narrada transcurre en el barrio de Ibaeta, de San Sebastián, donde por así decir me crié. El tiempo de la narración es el de mi infancia. Incluso menciono por su nombre a varias personas que existieron. Ni que decir tiene que para escribir este libro entré a saco en mi memoria personal.
-¿Era una historia que llevaba tiempo dentro, deseando escribirla, o se trata quizá de la consecuencia inevitable de libros como Los peces de la amargura, donde recrea el mismo ambiente de miedo y crueldad?
-Tengo el propósito de contar mi país desde una perspectiva personal. Digo contar mi país porque concibo este como un espacio cuajado de historias, muchas de ellas trágicas, como todos sabemos, que están esperando quien las relate. Si nada se tuerce me complacería llevar a cabo mi modesta parte en esa vasta tarea.
-¿Así que este libro podría ser el comienzo de una serie?
-Es posible. Sea como fuere, procuraré que las partituras no repitan las mismas notas: el dolor, el terrorismo, las víctimas, etc. En mi literatura, como en mi país, caben igualmente el humor y la esperanza.
-Al final del libro, el Aramburu personaje que está preparando una novela con las confidencias de Txiki recuerda cómo se encontró en el trolebús con el padre del protagonista, considerado “un mal vasco” por sus antiguos amigos. Ahora le niegan el saludo. Aramburu hizo lo mismo y escribe: “Hoy me gustaría pedirle perdón pero ya no vive. Ya solo por eso debería escribir la novela”. ¿Cree que la sociedad vasca tiene aún silencios que reprocharse?
-Esos silencios se han dado y hasta cierto punto son, no sé si justificables, pero desde luego comprensibles por la acción continua del terror. Yo entiendo que la gente calle, y no por nada, sino porque el silencio, en la situación mencionada, permite seguir respirando. A cambio uno deja de ser libre. No podemos ignorar la suerte que corrieron periodistas, intelectuales, profesores que se opusieron en voz alta al terrorismo. Escoltas, amenazas, paquetes bomba, tiro en la nuca, destierro, etc., fueron su destino. Me quedo con estos y con los que se solidarizaron con ellos frente a los que prosperaron en la sombra, a menudo al amparo de las instituciones, y, sobre todo, frente a aquellos que, con eufemismos o a cara descubierta, defendieron el crimen político.
Responsabilidad cívica-¿A qué le obliga la lejanía de escribir, desde Alemania nada menos, sobre algo que siente tan cercano y sangrante?
-Escribí mi novela desde una posición de responsabilidad cívica. Han pasado cosas tristes, vergonzosas, en mi tierra natal. El mismo año de mi nacimiento unas personas, que se supone querían traer la felicidad a su pueblo, se organizaron para imponer un modelo de sociedad por la vía de matar a otros, de extorsionarlos, amenazarlos, reducirlos al silencio; en fin, de dominarlos por medio del terror. Me mueven la aversión a la violencia, la pena que me dan las víctimas del terrorismo y la circunstancia de que los asuntos relacionados con mi país y mi gente no me son indiferentes, por muy lejos que yo viva.
-Años lentos es también la novela de una novela, la que escribe un tal Aramburu con los recuerdos de Txiki: ¿es un procedimiento para distanciarse de lo narrado?
-Es todo mucho más simple. Nadie ha conseguido convencerme hasta la fecha de que la novela sea un producto humano ajeno al arte. Ya puede contener toda la verdad personal o histórica que se quiera. Me da igual. Por muy serias o graves que sean las cuestiones tratadas, sigo creyendo que una novela es una construcción literaria y que, cuanto mejor construida esté, más eficaces son sus efectos y mayores sus posibilidades de continuar emitiendo significados en el futuro. Así las cosas, no tiene nada de raro que uno se complazca prestando atención a los elementos estéticos del artefacto.
-La novela, escribe el Aramburu narrador, “será corta o no será” ¿Le ha tomado miedo a las largas distancias?
-La respuesta está en la cocina del autor. Toda la novela, desde la primera hasta la última página, se sustenta en un juego literario, consistente en la sucesión de dos discursos alternos. La receta pedía en mi opinión unas dimensiones ni breves ni largas, sino todo lo contrario. De otro modo el juego no iba a funcionar.
La línea narrativa de Lázaro de Tormes
-¿Qué relación tienen el protagonista del relato con Lazarillo de Tormes, con Pascual Duarte, y con otros niños de sus propios libros, como el protagonista de Los ojos vacíos, o con los hijos de las víctimas, por ejemplo, de Los peces de la amargura?
-No tengo empacho en confesar que mi defectuosa literatura debe mucho a una línea narrativa que nace en España con el relato de las fortunas y adversidades de Lázaro de Tormes, sigue con la novela de pícaros, particularmente cuando la protagonizan niños y adolescentes, salta a otras culturas literarias europeas, con Defoe y Dickens como modelos estimulantes que reconozco, y vuelve a nosotros en algunos textos de Baroja y Cela. Cuestión central de esta línea narrativa es lo que suele llamarse la lucha por la vida, la formación del individuo en condiciones adversas, la fuerza de los instintos y la naturaleza de la maldad. Con tales ingredientes hago mis bizcochos.
-Mención especial merece la actuación del clero vasco: el cura del barrio, don Victoriano, es quien alienta en los más jóvenes el independentismo y promueve el acoso a las familias de “malos vascos”. Aparece también el cura de Sokoa, el señor Oxia... La madre del Aramburu de la novela decía “estas sotanas tienen muuuuucho pecado” ¿Se han ganado ya la absolución?
-El párroco don Victoriano es una figura de ficción; el otro, en cambio, recaudador del dinero de la extorsión para las arcas de una banda terrorista, existió realmente y a mí, francamente, no me habría gustado estar en su lugar cuando se presentó ante el Dios a quien se supone que servía. He conocido a otros sacerdotes nacionalistas que con ademanes dulces y carita de pena antepusieron la ideología a la humildad y el amor al prójimo.
-Estamos en 1959, nace ETA, la “partida del País vasco ha comenzado”. ¿Cuándo terminará?
-No lo sé. Todavía hay activistas armados por ahí. El otro día la policía francesa atrapó a tres. A esto sus simpatizantes lo llaman represión.
-A pesar del humor que rezuma, ¿no es al tiempo su libro más amargo?
-No comparto del todo esa impresión. He escrito libros más duros. Claro está que en Años lentos los protagonistas apechan con una ración considerable de infortunios, pero eso es más o menos lo que nos ocurre a cuantos cometimos no sé si el delito o la imprudencia de nacer. No faltan en la novela episodios de bondad, de gratitud, de esperanza, que compensan, creo, espero, los otros de crueldad y tristeza.
"Soy cincelador y rumiante"
-¿Su vida sigue siendo literatura "incluso cuando duerme"? ¿No ha cambiado su rutina en Hannover?
-Para nada. Respiro literatura, como literatura, bebo literatura. Claro que por literatura no entiendo sólo el ejercicio de escribir. En realidad escribo poca cantidad de texto al cabo del día. Soy cincelador y rumiante, aunque a veces hago como que improviso. La literatura supone para mí también leer, echar un vistazo a otros idiomas, repasar menudencias gramaticales y léxicas del mío, participar en un círculo mensual de lectura y estar al loro por si a mi lado alguien dice algo u ocurre alguna cosa susceptible de aprovechamiento literario.