Artículo mensual de Francisco Javier Irazoki bajo el epígrafe de Radio París en 'El Cultural' de El Mundo del pasado viernes:
Con frecuencia, para disfrutar de la mejor música, es aconsejable concentrarse en los sonidos que nos llegan desde la segunda fila del escenario. No voy a descubrir la excelencia de Paco de Lucía y su fama merecida. Ahora bien, recientemente asistí a una de sus actuaciones y estuve durante casi dos horas deleitándome con la calidad artística de quienes lo acompañaban. Sentado en un lugar donde al principio pasaba inadvertido, Antonio Serrano, armonicista galáctico, extrajo de su instrumento una belleza de variedad imprevista. Paco de Lucía le contestaba desde el placer.
Es sólo un ejemplo de lo que en los últimos años se repite entre los saxofonistas de nuestro país. Sobre todo en el ambiente del jazz. Quizá siguiendo las huellas de Pharoah Sanders, John Tchicai y otros creadores prudentes que llenaron de talento la sombra poderosa de sus líderes, suenan los compases de Josetxo Silguero, del escritor Ildefonso Rodríguez o de Mikel Andueza, y vienen a mi memoria las palabras de Emil Cioran: “¿Para qué releer a Platón cuando un saxo puede igualmente hacernos entrever otros mundos?”. Luego aparto el ingenio algo cáustico del filósofo y me dejo guiar por la música de los que con discreción nos dan lo más preciado. En la sobriedad con que entregan el arte se intuye la valía íntima. Así, nuevamente, mesura y elegancia me parecen un pleonasmo. Y contra la inmodestia escucho sus discos, que son pequeños paraísos todavía poco visitados.