En cuanto elevamos el registro de nuestras lenguas, aparece el griego. Cualquier debate de materia científica, política o estética revela, en los conceptos y en el vocabulario, la presencia de ese idioma y de esa cultura que han aportado a la humanidad invenciones tan valiosas como la filosofía o la democracia. Los griegos clásicos nos enseñaron la ambición de (l) pensamiento y también la de no vivir juntos de cualquier manera, sino de un modo cada vez más organizado y justo.
Se ha hablado mucho durante el pasado año de la deuda griega. Y sin negar en nada la responsabilidad que cada país debe tener en la gestión de su economía, he encontrado francamente decepcionante la visión ultramaterialista y unidireccional que se ha aplicado al asunto; he echado en falta al lado de esa mirada contable, centrada en la pura y dura constatación del "agujero" financiero de ese país, más voces que plantearan la noción de "deuda griega" también al revés o en viceversa, reconociendo la deuda que la humanidad en general y Europa en particular tiene con Grecia. Ver esa deuda en las dos direcciones me parece una buena manera de quitarle leña al fuego de las tensiones que amenazan ahora mismo la construcción y la armonía europea, y de echársela al fuego de los argumentos de unión, que nos recuerden que los europeos estamos hechos los unos de/con los otros, que nos debemos los unos a los otros rasgos, principios, estructuras fundamentales de nuestra identidad cultural, política y social.
"Conócete a ti mismo" es un principio griego clásico que Sócrates elevó a la categoría filosófica. Creo que en este momento un "conócete a ti misma" dirigido a Europa, un "recuérdate a ti misma" en tu pluralidad y mestizajes, sería una buena medida anti-crisis -otra palabra griega- que para los clásicos significaba también decisión. Hacen falta, como nunca, decisiones de unión europea. Porque los mercados financieros no sabemos al detalle lo que son; pero sí, que su avidez desconoce los límites y la empatía; y que su agresión tiene consecuencias arrasadoras. Y sabemos además que si han llegado a estos extremos de "poderío" es porque se han beneficiado de renuncias y/o sumisiones de lo político frente a lo económico; y de que muchos de los avances en la construcción de la Unión Europea (y la zona euro) han sido más de forma que de fondo; más de cuerpo institucional que de alma ciudadana.
Es tiempo de abordar el fondo de todos los asuntos; tiempo de apostar por el alma íntima de la unión europea. Y considero que una buena manera de hacerlo es incluir en el debate público diario, frente al deprimente diagnóstico de los déficits y las deudas, el estimulante recordatorio de las aportaciones comunes, de las reciprocidades, las interdependencias, los viceversas reconocibles a lo largo de la Historia europea, que nos han sacado de muchas y que nos sacarán sin duda, a poco que nos pongamos a consolidarlos y aprovecharlos, de ésta.
Aparecido en El País el 9 de enero de 2012.