La palabra “ser” está cargada de complicaciones. Y en política de dinamita. ¿Qué significa en realidad ser vasco, español, británico, escocés, belga, wallon....? ¿Qué supone ese “ser” de participación en una esencia determinada? Cuando la política se desliza hacia la ontología todo gira en torno a la potencia y circunstancia de las esencias como si esas esencias revelaran por sí sólo todo lo decisivo de nuestra identidad personal. Llegamos incluso en ocasiones a hablar en singular de un ser plural, cuando decimos: “El vasco es…así o asao, quiere esto o lo otro” para referirnos a los vascos en su contradictoria pluralidad.
Durante mucho tiempo ha sido costumbre en el Ruedo Ibérico preguntarse sobre el “ser de España”… Gracias a Dios esos dolores del “ser nacional” que como migrañas atacaban a Don Miguel de Unamuno han dejado de estar de moda y disfrutamos hoy entre nosotros de magníficos novelistas que aún expresándose en castellano hacen novelística inglesa, o filósofos donostiarras que respiran “esprit” francés, vascos que piensan científicamente como noruegos, e incluso lo que es mas significativo tenemos una liga nacional de fútbol llena de búlgaros, brasileños y croatas, tenemos también hermeneutas vasco-aragoneses o positivistas castellanos que piensan en alemán. Parece que se disuelve la vieja idea de lo español como una esencia definida casi metafísicamente desde Recaredo al general Franco, hecha de catolicismo, sangre visigoda, y Contrarreforma .
En nuestras sociedades desarrolladas se han disparado las posibilidades de autodeterminación individual, lo que permite la construcción de identidades personales variadísimas, libérrimas en cuanto a opciones religiosas, o irreligiosas, sexuales, profesionales, gastronómicas, morales y estéticas, culturales y cultuales ...Se puede ser vasco sin que te guste la soka-tira ni la trikitrixa, y español sin que te gusten los toros ni la zarzuela, cada uno de nosotros como ciudadano no está obligado a un patrón “esencial”, a una identidad o pertenencia sentimental obligatoria. Nuestras calles se llenan de ropa diseñada en A Coruña pero hecha en Singapur o en Taiwan, abren hamburgueserías americanas, restaurantes japoneses, chinos y kebabs turcos que compiten con pizzerías italianas, asadores castellanos, jamonerías andaluzas, arrocerías valencianas, y con nuestra potente cocina vasca, gracias a las redes sociales no carteamos con amigos japoneses, italianos o libaneses, trabajamos con tecnologías de todo el mundo, y tenemos noticia en tiempo real de lo que pasa en Libia, Afganistán o Nueva York, casi antes de lo que sucede en nuestros barrios.
¿Qué significa realmente ser? ¿Qué tiene que ver mi ser personal por otro lado tan abigarrado y variable con mi proyecto político duradero como ciudadano?
Un precioso refrán vasco dice: Izena duen guztia omen da. Todo lo que tiene nombre, se puede decir que tiene ser. ¿Pero basta el nombre para hacer el ser? Generalmente se usa la palabra “ser” de una manera coloquial como sinónimo de entidad o ente, o sea aquello que existe o está. Pero en realidad ser y ente no son la misma cosa. Pensemos, por ejemplo, que una persona (un ente) puede ser muchas cosas: puede ser un abogado o ingeniero, puede ser un bilbaíno o vallisoletano, puede ser padre o no, de izquierdas o de derechas... y todo se remite al mismo ente, puede variar cualquiera de esas condiciones y ser el mismo ente (persona) por esto es que ser y ente no son lo mismo.
Entonces podemos decir que “ser” hace referencia a los diferentes modos que tiene el ente (lo que existe) de comparecer en el mundo. Ya Aristóteles dijo en su Metafísica (Libro VII) que "ser se dice de muchas maneras", a lo que añade Heidegger que el “ser” se da siempre en un horizonte temporal por lo tanto no permanente sino variable a lo largo del tiempo. De ahí el peligro de convertir la política en una confrontación de esencias, petrificadas, e inmutables.: izquierda/derecha, vasco/español, cristiano/musulmán…, abocadas a combates agónicos, que se olvidan de las personas (entes) concretos y particulares que son de muchas maneras. La tradición democrática deja que el “ser social”, aproximativo y estadístico, fluya libremente, vivo en lo civil, abierto en lo espiritual, variable en lo cultural, mudable según el tiempo y las circunstancias, siempre en curso, y prefiera centrar su eje de referencia en nuestra condición política de ciudadanos, ese marco de relación, que fija derechos y deberes, que nos permite reconocernos más allá de las autoidentidades que en cada momento tengamos, que nos permite competir y cooperar al mismo tiempo, que es capaz de hacer un “nosotros” colectivo reconocible en cada momento y nunca concluso.
Felizmente nuestro Estatuto de Gernika que tantos celebramos como la mayor referencia política común que hemos sido capaces de construir los vascos eludiera cualquier tentación ontológica de definir el ser vasco y habla de “la condición política de vascos”: Somos todos los que estamos “ A los efectos del presente Estatuto tendrán la condición política de vascos quienes tengan la vecindad administrativa, de acuerdo con las Leyes generales del Estado, en cualquiera de los municipios integrados en el territorio de la Comunidad Autónoma.” (Art. 7)
Somos conciudadanos en la medida que compartimos vecindad, que estamos aquí, juntos, respetándonos mutuamente, concurriendo, implicándonos, discutiendo, enfadándonos y reconciliándonos —nunca matándonos—. Co-existiendo.
Aparecido el 6 de diciembre de 2011 en El Correo.