SI tenemos en cuenta que, aunque no seamos plenamente conscientes de ello, la cultura regula todos los aspectos de nuestra vida, seremos más cautos a la hora de hablar de la cultura. Es triste que un ministerio de cultura, o una dirección de cultura, se limiten a recaudar un dinero y a establecer diferentes criterios para repartirlo entre diferentes organismos creadores de cultura o astutos intérpretes de los criterios y de los mecanismos por los que, según la presentación de un informe o un proyecto, se puede conseguir más dinero. Da la casualidad de que algunos de los personajes clave en la cultura universal jamás supieron administrar siquiera sus pocas pertenencias.

Es cierto que, cuando hablamos de cultura, normalmente pensamos en manifestaciones culturales como las artes visuales, la arquitectura, la música, la lengua, la literatura… pero la cultura abarca muchos aspectos de la vida que condicionan nuestra manera de actuar y de pensar. Estamos inmersos, desde que nacemos, en el interior de una cultura. Nadie surge dentro de una burbuja, de una campana vacía. Los valores, las costumbres, la forma de vida dependen de una cultura, aunque lógicamente, en virtud de la libertad, una cultura no modela monolíticamente a una persona, sobre todo si en esa cultura está presente el valor de la libertad.

Entre esas personas libres y diferentes los objetos, las palabras y los comportamientos también tienen una función simbólica. Existen ya unos acuerdos para no discutir constantemente el significado de algo. Aun así ni en cada pueblo ni en cada país existe un único modelo de cultura, pero si de verdad tienen que ver con lo que llamamos cultura los diversos modelos no tienen por qué excluirse.

Cuando hablamos de verdadera cultura o de modelos culturales diferentes, no pueden producirse choques. Hablaremos de ósmosis, de comunicación, de imposición de un modelo cultural frente a otro a causa del dinero, o de la mayoría de votos, pero ese flujo entre culturas, como pasa en las culturas provenientes de la emigración, lo que llamamos interculturalidad, se va forjando en el tiempo y en el espacio. Y debemos admitir que no siempre en esa confrontación cultural hay respeto y acogida, sino todo lo contrario. Las cosas no son fáciles. Pero cuando en la confrontación de modelos culturales saltan tantas chispas en el aire que los insultos, los destrozos, las intervenciones policiales y la maniobra política se incluyen en los que llamamos choque entre dos modelos de cultura a uno se le ponen los pelos como escarpias.

Toda esta introducción es fruto del desasosiego que uno ha vivido en torno a los acontecimientos relacionados con el derribo de los locales en los que Kukutza ha desarrollado su labor cultural durante los últimos años. Cuando, además, todos los augures manifestaban que, en un nuevo paradigma cultural de nuestro pueblo la cultura de la confrontación se había desterrado, se han vivido unos acontecimientos muy poco relacionados con el encuentro entre distintos modelos de cultura.

Uno ha visto la indignación de personas amigas que han valorado negativamente la forma como se ha llevado el tema desde el punto de vista institucional, y también ha visto la indignación de personas amigas, y preocupadas por la cultura, que se han indignado ante la reacción que se ha producido. Quien tenga la varita mágica que lo diga, pero es necesario emprender otros caminos para el encuentro. Aquí no ha habido interculturalidad, sino choque de culturas.

Aparecido en Deia el 23 de octubre de 2011.