Me gusta hablar de arte con el poeta José Ángel Hernández porque no pretendemos transmitirnos verdades divinas. Al contrario, nos ofrecemos dudas para que el amigo siga completando su repertorio de incertidumbres. El diálogo más reciente fue sobre los nuevos focos de rebeldía sonora y literaria. Ciertas creaciones artísticas del siglo XX quisieron terminar en el silencio, la poesía cibernética, el cuadro completamente blanco. Desde entonces han llovido partituras, lienzos, libros, y conviene desinflar el orgullo moderno. Si escuchamos los madrigales y motetes del príncipe Carlo Gesualdo u otros compositores renacentistas, encontraremos combinaciones armónicas menos predecibles que en la mayoría de los autores actuales.

Parece que los inconformismos mejor ideados están en la fusión entre la música contemporánea y el jazz libre. Llegan a borrar sus identidades en una plaza común. Es un terreno donde, a principios de los años noventa, Frank Zappa, rodeado de ordenadores y medicinas que le atenuaban los dolores de la enfermedad, ya dejó unidas varias vías paralelas. ¿Y qué ocurre en la literatura? Las páginas de Jorge Luis Borges, escritas con palabras tersas, clásicas y de una profundidad que no acaba en sucesivas lecturas, condensan buena parte de los misterios. De la lectura de sus textos, creados con una lucidez nunca distraída por la anécdota innovadora, nace la pregunta: ¿no es conservador insistir en una revolución agotada?

Artículo aparecido en el suplemento 'El Cultural'.