La larga trayectoria poética de Pablo González de Langarika, más larga que la prestigiosa revista Zugai a la que ha entregado casi todos sus esfuerzos, arrancaba con su Canto terrenal, que fue Premio Bahía en el 75, y ha seguido por una docena de títulos en los que asoman palabras como sombra, rueda oscura, endecha o llama amarga, voces que dan idea de la visión desazonada del mundo que desprenden casi todos esos poemarios. Porque, por más que acoja amable con sus brazos, Pablo se muestra, triste y descreído por dentro. De aquellos desoladores y francos versos de la “Poética” plasmada en su segundo libro (Contra el rito de las sombras, 1976), donde nos confesaba: “Traté de hallar a Dios…,/ no tuve suerte,…/ Voy ciego e infeliz,/ por eso canto” a este último poemario hay un largo trayecto venteado por la voz de grandes poetas, a los que rinde su admiración en la revista: de Quevedo a Blas de Otero, Claudio Rodríguez o Antonio Gamoneda,… sobre todo éste último, en cuya profundidad desencantada se sumerge el bilbaino. U n trayecto en cuyo último trecho asoman envolviendo al tú lírico, gaviotas agoreras, palomas que zurean y al fondo una luz que despunta: Has visto signos en la serenidad del agua / y reflejos de una luz que no se altera. Hay, como apunta el también poeta y amigo Fernández de la Sota en el prólogo al libro, un “irreverente atisbo de alegría” , que queda reflejado tanto en la imágenes del poeta (Sobre la hiedra que se abraza al aire / posa la luz sencillas humedades) como en los sugerentes reflejos del agua de la ría que para esta edición ha retratado Mikel Alonso.
PD: El pasado 10 de abril el diario Deia le hacía una entrevista que a la que podéis acceder pinchando aquí.