Artículo aparecido hoy en Diario de Navarra sobre el escritor Mikel Alvira, presente en la Feria del Libro de Pamplona. El artículo es de Michelle Unzúe y la fotografía de José Carlos Cordovilla.
"Lo suyo es intercambiar opiniones con sus lectores. Por eso ayer se frotaba las manos, porque el escritor Mikel Alvira (Pamplona, 1969) se pudo reunir con muchos de ellos durante la presentación en la Feria del Libro de su séptima novela, Cuarenta días de mayo, editada por Ttarttalo. Alvira reside desde que era muy joven en Barakaldo, frente al mar Cantábrico que tanto adora, pero ayer regresó a una ciudad que define como privilegiada para desarrollar una novela.
Su nueva obra de ficción tiene como punto de partida el anuncio de una visita de Franco a Pamplona en 1954, y su intento de asesinato por parte de un activista y su compañera. El vértice del triángulo lo forma un inspector que intentará detener el complot. "La historia de Pamplona da para muchas novelas, los 50 fueron apasionantes. Pamplona ha sido muy bipolar, ideológicamente los dos extremos están muy marcados y casi no hay centro. Por eso inmiscuirme en esa bipolaridad me pareció más fascinante, y escenográficamente esta ciudad es un lugar perfecto", señala Mikel, hermano del conocido pintor Fermín Alvira.
Sustrato clandestino
Los protagonistas de Cuarenta días de mayo son supervivientes, con sus miedos y recelos pero también con un toque esperanzador. Alvira se ha documentado mucho para pintar una ciudad lo más genuina posible. "Es una Pamplona dura que tiene ese toque siniestro e ilusionante. También destaca el peso de la moralidad oficial, en toda España hay una doctrina político-religiosa que aquí está especialmente acusada. Esa moralidad lo impregna todo, pero también hay un sustrato delicioso, el clandestino", opina. En esta época apasionante asegura que "la Pamplona de los años 50 es digna de cualquier novela de Ken Follet sobre espionaje, yo no me quiero comparar con él ni mucho menos, he realizado algo más doméstico. Se ha escrito mucho sobre la resistencia francesa pero también se debería escribir sobre lo que sucedió aquí", prosigue.
Esta novela llega tras el éxito cosechado por su anterior obra, El silencio de las hayas, que transcurre en parte en el Pirineo navarro y que ha vendido más de 5.000 ejemplares. "Esta novela se desarrolla casi en tres generaciones, por eso me parecía un reto escribir otra que se concentre sólo en 40 días con pocos personajes y pocas localizaciones", apunta.
Alvira se define como "muy pirenaico". "Mi abuela era de Isaba y me he criado en el Pirineo, con una educación de familia montañera", explica el que se considera, ante todo y sobre todo, creador. Utiliza con tanta soltura la palabra que lo mismo le da que le encarguen el eslógan de una etiqueta de vinos que customizar muebes y enseres con textos o escribir poemarios.
"Mi herramienta de trabajo es la letra, la palabra. Me aterrorizaría hacer libros como churros y que todos se parezcan, para mí hay una frase muy importante que intento seguir: "Siempre el cambio es un aprendizaje". No quiero escribir lo mismo, por eso mi nueva novela rompe con la última y está escrita en presente, a caballo entre dos épocas. En ella hay muchos más diálogos, menos descripción y más emoción", concluye.