Crítica aparecida hoy en El Cultural sobre la última novela de Espido Freire, La flor del norte (Planeta), firmada por Angel Basanta:
La trayectoria literaria de Espido Freire (Bilbao, 1974) tuvo un comienzo fulgurante con Irlanda (1998) y Donde siempre es octubre (1999), muy elogiadas ambas en su recepción crítica. Con la tercera, Melocotones helados (1999), ganó el Premio Planeta y en la cumbre de su éxito comercial empezaron los síntomas de su declive literario. Aquellos fulgores fueron apagándose en las novelas siguientes, por más que su autora siguió ganando premios, también en la última, La flor del Norte, una novela histórica que se lee bien, pero con notables deficiencias que empañan, en no poca medida, los méritos, que los tiene.
La novela se centra en la vida de la protagonista, Cristina, princesa de Noruega e infanta de Castilla por su matrimonio con Felipe, hermano de Alfonso X. El presente narrativo se sitúa en Sevilla, en 1262, cuando la narradora y protagonista tiene 28 años y padece una grave enfermedad que la llevará a la muerte. Un acierto de la novela está en su perfecta construcción simétrica en tres partes. En la primera Cristina recuerda, desde su grave situación presente, sus años en la corte noruega, con recreación de episodios familiares, bélicos y políticos protagonizados por sus antepasados, los reyes de Noruega, y por sus hermanos. La parte central desarrolla el viaje de la princesa desde Noruega hasta Castilla, pasando por Inglaterra, Francia y el reino de Aragón.
En esta segunda parte alternan dos narradores: el más importante sigue siendo Cristina, pero su relato se completa con la intervención de un narrador omnisciente que, a modo de crónica abreviada, resume, comenta o adelanta, en tercera persona, hechos o situaciones que luego se amplían en el relato de Cristina, pues ella, como narradora, se apoya en informaciones de otros y también en su imaginación, como había advertido ya en la primera parte. En la tercera parte se repite el mismo sistema de la primera. Cristina es la única narradora y los capítulos, salvo uno añadido, repiten el mismo orden, incluso los mismos epígrafes, aunque, a veces, resulta un tanto forzado por escasa relación con el contenido.
Otro acierto digno de ser destacado es la hábil graduación de la información. En esta dosificación descansa el interés creciente de la novela por su intriga bien potenciada hasta el final. El conflicto novelado se centra en las desgracias de la hermosa princesa noruega, casada por su familia en un matrimonio de estado con un infante castellano, y en el contraste que desde su perspectiva como narradora y personaje se va estableciendo entre los diferentes modos de vida, costumbres y moral entre su frío país nórdico bañado por el mar y la sequedad y austeridad de Castilla, lo cual no impide que en ambas cortes reales se practiquen parecidos abusos, crímenes y componendas de estado.
Entre las deficiencias hay que señalar el carácter mecánico, improductivo y descompensado de la alternancia de narradores en la segunda parte; la inverosimilitud del diálogo, ingenioso, pero no creíble en tal situación, entre Cristina y Felipe cerca del final (pp. 337-339); el escaso aprovechamiento de la historia de los reyes noruegos, cuyas vidas se quedan en simples resúmenes narrativos sin más trascendencia; la falta de tensión estilística en un texto con abundantes descuidos, muchos tópicos y lugares comunes, algunos usos impropios de términos como “ulular” (218), “dintel” (p. 271), “restar” (224, 337) y otros deslices que no se justifican en una escritora con afán de permanencia.