Los principales candidatos a lehendakari escenificaron un encuentro televisivo días atrás, con la finalidad de recoger a esos votantes a los que se les suponía ensimismados, es decir, metidos en sí mismos,  apenas  conscientes de  que iban a seguir gestionando su pequeña vida.
Era como si alguien tocara una campana. Nos llamaban a vísperas… Lo hacían según las técnicas de marketing, siguiendo los consejos de los americanos que, para eso inventaron la tele tienda.  Querían que acudiéramos a las urnas. Apenas quedaban unos días y el ambiente no había sido como el de otras convocatorias. Ya no había aquellas viejas consignas, ni parecía que nos jugáramos nada trascendental, puesto que  lo esencial ya estaba en juego hacia meses. Los votantes andábamos enredados en la incómoda tarea de sobrevivir paralelos a una sociedad de bienestar que apretaba el pie el zapato. Teníamos esa pereza que se parece tanto a la falta de ilusión, al abatimiento a la derrota. Acudíamos a las urnas agotados, porque los meses anteriores habían sido portadores   de revelaciones no precisamente agradables.

De ese debate iba a salir el futuro gobierno, y también el futuro lehendakari. Pero no se sabría qué o quién iba a serlo, puesto que después de nuestra voluntad  estarían los intereses de los partidos, sus intereses… Los números que marcarían la mayoría absoluta, la posibilidad de ejercer con más o menos control un programa. Los pactos, ya anunciados, secreta y supuestamente firmados, los temores y ese maldito miedo, esa emoción fétida de la que al parecer no podemos desprendernos. En el debate, el minuto era de oro, y se aireaban los millones de euros, los presupuestos, lo que tú no hiciste y yo propuse, el rechazo y el ya te dije, o el te lo advertí.

Era una oportunidad maravillosa para que esos políticos nos hablaran de su vocación de servicio… De que revirtieran ese enfado que tenemos los contribuyentes, de que reconocieran que se les fue la mano en la prepotencia, en la no intervención, en la mirada hacia otro lado, en los puestos a dedo, en los blindajes de sueldos, en las exenciones fiscales de las que gozan, las dietas por desplazamientos, los móviles, las prebendas en general de una casta con normas hechas a su medida.  Me senté a esperar un cierto reconocimiento, un señores lo sentimos no lo vimos venir, no estuvimos acertados, es preciso reformar, legislar, trabajar por y para el futuro…

Pero el debate estaba estructurado como siempre con preguntas en torno a la Fiscalidad, Políticas sociales, Educación, Cultura, aunque este último epígrafe es aquella asignatura que llamábamos “Maria” porque era una tontería que no había que estudiar.

Los políticos están en su papel. Necesitan nuestros votos para mantenerse en sus pódiums. No se les ocurre hablar de reforma electoral, porque eso sería nombrar la soga en casa del ahorcado, pero preguntémonos ¿Qué pasaría si los votos fueran a las personas y no a los partidos? ¿Cuántos currículos soportarían la necesaria preparación y ética para ejercer sobre los bienes públicos? … Es preciso dignificar la política, pero solo se conseguirá desde la transparencia y naturalmente la voluntad de tenerla. Ellos se legislan, ellos se autoriza, ellos se eximen de responsabilidad.

Yo también quiero auditorias. Morales.


Artículo aparecido en El Correo el 20 de octubre.