El 18 de agosto tuvo lugar la presentación de la Asociación de Escritores de Euskadi-Euskadiko Idazleen Elkartea (AEE-EIE), de la que formo parte. El tema propuesto como reflexión para la presentación fue 'Lectura y placer', lo que obligó a pensar despacito sobre el asunto. Que es fácil y muy habitual poner en relación placer y lectura es algo que todos sabemos. La dificultad estriba en transmitir que la lectura y el placer forman una pareja estupendamente avenida y que lo que decimos es verdad.
Y si no, pregúntenmelo a mí, que, a lo largo de mi dilatada vida docente, me las veo y me las deseo para que unos chavales de 17 años, cercados por videojuegos y demás ofertas tentadoras de última generación, me crean, piensen que soy 'legal' y que no les engaño. Una cosa quiero confesar, yo suelo distinguir entre la pasión de leer y el gusto por la lectura. La pasión, como todas las pasiones de nuestra vida, se nos impone, no la elegimos, igual que a don Antonio Machado se le impuso su amada Soria, «me has llegado al alma, o ¿acaso estabas en el fondo de ella?», por tanto, quien anide la pasión lectora algún día tropezará con ella. En lo que sí podemos influir los adultos es en el descubrimiento del gusto por la lectura, y es que creo sinceramente que la técnica avanzará hasta cumbres insospechadas, pero siempre habrá un niño, una niña, un hombre o una mujer que sueñen y reflexionen con un libro en la mano, tenga el soporte que entonces tengan los libros, informático o en pastillas. Y es que cuando leemos establecemos un diálogo íntimo con el autor o la autora. Quien escribe se escribe y quien lee se lee. Al leer, atravesamos una frontera invisible y entramos en una burbuja virtual en la que el dolor y la muerte no tienen cabida, y entonces tenemos la paz suficiente para contrastarnos con las opiniones del otro, para reflexionar, para repensarnos. La obra de literatura cumple su ciclo, se termina, en el momento en que alguien se detiene a leerla. Por eso cada obra es única para cada lector, y cada lector es único para esa obra. Igual que el más hermoso de los cuadros, encerrado en un cuarto oscuro, más negro que la noche, no existe hasta que una mirada establezca un diálogo con él, del mismo modo el libro está mudo hasta que el lector establece ese diálogo personal e íntimo. Además hay otra cosa que les voy a contar a ustedes en voz baja y bajo promesa de que no se lo digan a nadie. Existe el vicio de leer, me entienden, he dicho vicio, pero esto debe ser un secreto entre nosotros, porque como se enteren el montón de comités de sabios y sabias que hoy pululan por el mundo, en una de esas prohíben la lectura porque nos podemos convertir en Quijotes y Quijotas, y eso puede ser muy peligroso.
Artículo aparecido en El Correo