Me sabe extraño, seco, un tanto amargo, escribir sobre un asunto que de tan manido causa hartazgo, pero qué le voy a hacer si yo no nací en el Mediterráneo, si no vivo junto a él. Un día nací y el bosque llevaba aquí miles de años. Un bosque secular, las hojas caducas como exponente del carácter circular de la existencia. La historia en el bosque no es progresiva. Cada árbol un tótem. Un rostro esculpido. Todos los antepasados. Los que están, los presos, los mártires y los que han de venir.

El Mediterráneo, como exponente positivo del cruce de personas y culturas, yo no lo conozco. No conozco su maravillosa luz porque cada mañana respiro vientos y mares del cuadrante norte, los valles en los que vivo están orientados al norte, las nubes siempre llegan de allí, y las querencias, todo hacia el norte, hacia el bosque primitivo. La utópica Thule me es más cercana que las ciudades griegas. Erik el rojo en contraposición a Odiseo. El pagano reino del oso frente al león meridional. El Mare Nostrum, el piélago en medio de las tierras, un plural compartido que trasciende el mero espacio geográfico, frente al plural cerrado del bosque que se alimenta a sí mismo.

No nací allí, no vivo allí. Y permítanme que este allí también trascienda el espacio geográfico y se convierta en un lugar donde los discursos avanzan. Un espacio donde las palabras valen según sus razones y sus hechos, donde nadie considere la posibilidad de cargarlas con plomo.

Vía sigueleyendo y Tengo Sitio Libre.