¿Y a mí quién me construyó? ¿Quién me pegó las piernas y las orejas? ¿Qué pegamento usó? ¿Y quien construyó los árboles, la hierba y eso? Mientras lo preguntaba se tiró de las orejas y las piernas y señaló al exterior con mucho énfasis. Tendría unos 4 años, los dos íbamos en la parte de delante de un coche atravesando uno de los cinturones de la M30 de Madrid. Era de noche así que no podía ver con nitidez los árboles, ni las hierbas por las que me preguntaba, por lo que mi primer pensamiento fue que esa pregunta llevaba un tiempo rondándole la cabeza. Como tardaba en contestar porque sabía que mi respuesta le decepcionaría, me volvió a mirar y repitió: ¿Que quién me construyó? Y yo le dije que no tenía ni la menor idea.
Pero quiso saber y como yo no tenía respuestas llegué a casa y le leí varios cuentos: Caperucita Roja, La Bella Durmiente, La Cenicienta, Hansel y Gretel..., y pensé que con eso entendería el mundo como yo lo había entendido. Pero siguió creciendo y haciendo preguntas cada vez más complicadas ¿Estamos predestinados? —me inquirió un día mientras cruzábamos un paso de cebra. Así que me apunté a una colección de filosofía por entregas y leímos a Sócrates, Platón, Aristóteles hasta que me preguntó si existía Dios y yo compré libros sobre el budismo, el cristianismo, el judaísmo y el islamismo. Y después de cerrar el último libro, me aseguró que no creía en nada así que le regalé unos tomos de Sartre y Kierkegaard por Navidad y ese día, por si acaso se le ocurría preguntar por el Universo, le saqué de la librería un tomo precioso de Hawking sobre el Big Bang.
Pensé que todo esto le serviría para entender la vida, pero sólo sirvió para tener la boca llena de respuestas y parecer muy listos, porque en realidad seguíamos sin saber nada.
Hasta que nos dio por vivir. Entonces nos lanzamos cada uno por nuestro lado a disfrutar de la vida: nos enamoramos, sentimos, reímos, lloramos, nos casamos, nos divorciamos, nos caímos, nos levantamos, dormimos, trasnochamos, nos emborrachamos, nos aburrimos, disfrutamos y con los años volvimos a encontrarnos y decidimos volver a nuestra ciudad juntos y cuando íbamos en la parte de delante de un coche atravesando uno de los cinturones de la M50 de Madrid entonces le pregunté yo: oye en todo este tiempo, ¿has descubierto quien te construyó? Y él me miró fijamente y me dijo: Fuiste tú, lo que no entiendo es porque me llenaste la cabeza de pájaros.